Amor tóxico
Amor tóxico
De una libélula. De una criatura hermosa; de otro mundo. Esbelta. Brillante. Libre. Frágil. De una libélula he quedado prendido. De una libélula sedienta, que abrasada por la luz del sol viaja rauda hacia la piscina en busca de refrescantes gotas de agua. Y ahí estoy yo, manteniendo la cabeza a flote dispuesto a socorrerla cuando la pobre libélula cae presa de aquel peligro acuático. Embriagada por el agua y el cloro la pobre no puede salir y se ahoga. Piensa que su tiempo terminó y deja de aletear. Pero ahí sigo estando. Con mis delicadas manos la recojo; con mis brutos labios la beso. Intento secarla con un leve resoplo que sale de lo más profundo de mi corazón. Y allí, en el caliente bordillo, mientras esperamos a que sus mágicas alas se hayan secado, me doy cuenta de lo enamorado que estoy de ella.
Ahora que el sol se redime de sus actos, la libélula
vuelve a mecerse por el aire. Pero si temen que vuelva a caer al charco no lo
hagan. Ahí estaré dispuesto a morir ahogado, cansado y congelado si así
puedo recoger a mi querida libélula una vez más.